Algunos estudiosos del tema aseguran que los viajes ofrecidos no tenían por destino a Caballito o Flores si que iban a Plaza Once por 10 centavos, y a Plaza de Mayo por 20 centavos. Sea como fuere, la cuestión es que la iniciativa prontamente se tornó popular entre los porteños de la época.
La primera mejora que experimentó el servicio fue la referida a la cantidad de pasajeros que podía cobijar. Los autos dieron paso a modificaciones en su carrocería que les permitió colocar alguna fila más de asientos. Luego aparecieron los primeros camioncitos modificados, y mas tarde los micros y ómnibus que transformaron el invento en un sistema avasallante, que apenas encontraba alguna competencia en los tranvías de la época.
Placa colocada
en la esquina de las calles Lacarra y Rivadavia
Obviamente que también cambió la figura del "colectivero". Ya que poco queda de aquel ser que estresado conducía el vehículo a la par que cortaba los boletos, hacía cálculos matemáticos para determinar el valor de los mismos, y daba vueltos a los pasajeros usando su típico e inolvidable "monedero". Hoy las máquinas expendedoras se encargan de la tarea pesada y el chofer de manejar su "nave" entre el tránsito furioso de Buenos Aires.
El proceso militar eliminó de un plumazo uno de sus símbolos distinivos, "el fileteado"; aunque ahora que la actividad está considerada como protegida por su valor de patrimonio cultural hemos visto aparecer, tímidamente y de a poco, la vuelta de este arte porteño desarrollado sobre el cuerpo de un invento nacido en Floresta: el colectivo.