El edificio del Cabildo no
siempre fue tratado de esta
forma. Su fisonomía cambió a
lo largo de los años, muchas
veces respondiendo a
llamados de la moda o a
necesidades urbanísticas.
Ese maltrato si bien en
muchos casos no puede ser
revertido si al menos debe
ser detenido para evitar que
se profundice la pérdida de
lo patrimoniado como un bien
histórico y cultural de los
habitantes de la ciudad.
Desde este punto de vista es
loable la tarea iniciada en
la actualidad.

La reparación de los
brocales de los aljibes
El Cabildo cuenta desde hace
años con dos elementos que,
si bien representativos de
la época, no estuvieron
ubicados originalmente en el
contexto de su geografía:
dos brocales de aljibe
utilizados por los porteños
de épocas remotas.
 |
Uno de ellos
presumiblemente
construido
alrededor de los
años 1840 -
1855, de estilo
neoclásico, casi
Isabelino, de
origen
desconocido
(quizá
italiano),
tallado en una
sola pieza de
mármol de
carrara, fue
trasladado al
Cabildo en el
año 1960, y,
según la opinión
de su actual
restaurador,
Alvaro Fortunato,
pudo haber
estado ubicado
en algún lugar
de acceso
público. Eso al
menos es lo que
se conjetura al
observar su
interior
cementado, como
para evitar un
robo.
La pieza de
mármol posee
forma octogonal
y presenta
figuras
alegóricas (dos
de ellas
rematadas por un
tridente, y
otras dos que
evocan a una
ostra o caracol)
en cuatro de sus
lados. |
El arco de alzada presenta
un trabajo de herrería que
antes de la intervención de
los expertos se encontraba
cubierto por varias capas de
esmalte que se les había
aplicado sin tener en cuenta
su apariencia original.

Alvaro Fortunato, museólogo
y restaurador
Esa pintura debe ser quitada
por medio de un delicado
trabajo manual que no admite
de elementos químicos (removedores)
ni de elementos mecánicos
(cepillos de amoladora) que
pudieran perjudicar su
contextura.
El otro brocal es aún más
antiguo, de mediados del
siglo XVIII y estuvo ubicado
en la casa de Belgrano
(actual Av. Belgrano, entre
Defensa y Bolívar) según
consta en uno de los libros
de Nadal Mora (experto en
arquitectura colonial). Su
estilo es Barroco Americano
y consta de una sola pieza
de mármol de carrara al cual
se le ha retirado su arco de
alzada para permitir un
mejor trabajo de
restauración.

El agua que tomaban los
porteños
Buenos Aires, como cualquier
otro asentamiento urbano
necesitó del agua para
mantenerse y crecer.
En un principio su
suministro era proporcionado
por el turbio Río de la
Plata. Los porteños de aquel
entonces debían ir hasta el
río para buscar agua, o
mandar a sus esclavos, o
esperar a que el aguatero
pasara vendiéndola.
En todos los casos el agua
debía dejarse reposar para
que sus impurezas decantaran
y su turbiedad
desapareciera, o al menos
amainara de manera de
permitir su consumo.
Luego llegó la
época de los
"pozos de
balde".
Este artilugio
tecnológico
consistía en
perforar el
terreno hasta
encontrar la
napa de agua.
El pozo así
construido podía
tener un
diámetro de un
metro y una
profundidad que
variaba según la
zona (alrededor
de 8 metros).
El agua obtenida
de estos pozos
era transparente
pero salobre,
por lo cual no
se apreciaba su
consumo. |

Luis Melek,
restaurador |
Los pozos de balde podían o
no estar recubiertos por
ladrillos y en algunos
momentos de la historia
fueron los causantes de la
propagación de ciertas
enfermedades, ya que la napa
estaba contaminada por los
efluentes de los pozos
ciegos, los cuales eran
utilizados para deshacerse
de los desperdicios
provenientes de los baños.
Para evitar este efecto
indeseado los pozos de balde
se hicieron más profundos,
de manera de llegar hasta la
segunda napa freática.
La aparición del aljibe
marcó un gran progreso.
Consistía en un gran
depósito (cisterna) cavado
en la tierra y revestido por
revoque y mosaicos, que
acumulaba el agua de lluvia
a través de una red de
albañales (conductos). Éstos
recolectaban el agua que
caía sobre los techos para
almacenarla en la cisterna.
Este depósito variaba en
tamaño y geometría (en el
patio del cabildo se
encontraron dos cisternas de
5,30 m por 3,40 m con 5,80 m
de profundidad.
La cisterna estaba cerrada
en su parte superior,
dejándose apenas una
abertura de forma circular
para extraer el agua. Sobre
esta abertura se ubicaba el
brocal (de ladrillo o
mármol) el cual poseía un
arco de alzada más o menos
trabajado. El balde que
pendía de una soga era
movido con la ayuda de una
polea.
Con el advenimiento de la
red de agua corriente los
pozos de balde y los aljibes
cayeron en desuso,
sumiéndose su figura en un
rasgo distintivo del tiempo
que pasó, de la historia que
nos pertenece, de la
identidad que nos
singulariza.
Carlos Davis